¡Tu dignidad, mujer!
¡Tu Dignidad, Mujer!
Eres creada, igual que el hombre, a imagen y semejanza de Dios. Tienes tanto valor que el hombre. No te dejes rebajar. Jesucristo dio su vida por ti, lo mismo que por el hombre. Dios te valora lo mismo que al hombre. ¿Por qué te dejas denigrar?
¿Por qué revelas tu pobre auto valía atrayendo la atención de los hombres a tu persona con escasa ropa? No vales más por andar semidesnuda; al contrario, revelas el bajo concepto que tienes de ti misma.
¿Por qué te rebajas por el suelo vendiendo tu cuerpo a hombres esclavos de sus pasiones, que no respetan tu dignidad? ¿Por qué permites que te usen como objeto manipulable y sin valor personal para saciar su instinto animal?
¿Por qué te dejas engañar con adulaciones o dinero y te conquisten para exhibir tu desnudez al público libidinoso?
¿Por qué permites que por dinero exploten tu desnudez, rebajando tu dignidad, para que comerciantes sin moral te usen para vender pornografía?
Vales mucho más que cualquier dinero o valor material. ¿Por qué te dejas denigrar? No necesitas la lisonja de los hipócritas que te explotan para sentirte valiosa. Eres valiosa por creación divina y por el precio que Jesucristo pagó para tu redención.
Entre todas las cosas nobles en las que puedes realizarte, la misión más noble es la maternidad. Dios te creó para esa grandiosa misión: Criar, educar, formar hombres y mujeres que llegan a ser grandes por la contribución que hacen a la paz, a la ciencia, a la salud pública, a la economía y a la conservación de la naturaleza. Cumple primero la misión de madre que se asemeja a la misión divina. Después puedes realizarte en otras áreas de servicio, pero ¡nunca te rebajes ante los hombres! Porque cuando rebajas tu dignidad, deshonras a Dios que te creó para ser la compañera idónea del esposo y la madre amorosa de tus hijos.
Acepta el llamado que Dios te hace para recibir el perdón de tus pecados, por medio de la renuncia de tu vida pecaminosa y la fe en la gracia perdonadora de Jesucristo. Deja que Dios llene tu vida de la verdadera valía. Recupera tu dignidad y tu verdadera grandeza. Obtén la paz interior que solo se logra permitiendo que Dios llene el vacío de tu alma.