Cuando la Tierra era Nueva
Cuando la Tierra era Nueva
Susurraba el aire fresco de la noche al deslizarse suavemente sobre las colinas, acariciando el follaje de los árboles y difundiendo por los llanos la fragancia de las flores. Recostados sobre pieles de ovejas se hallaban disfrutando los claros rayos de la luna y contemplando con admiración los bellos resplandores de los astros, seis figuras humanas, miembros del primer hogar. Junto a ellos, la choza formada de toscas piedras y el altar que todavía exhalaba el olor quemado del sacrificio de la tarde. Abel inició con solemne reverencia el Himno de la Creación que su padre Adán les enseñó:
En el principio creó Dios
Los cielos y la tierra…
Cina y Ábila se unieron en el canto cuando Abel decía:
Y llamó Dios a la luz día,
Y a las tinieblas llamó noche.
Adán y Eva, aunque no se miraban, ambos sentían profundos estremecimientos que parecían fugarse en el aire de cada suspiro. Recordaban el día cuando sentados a la sombra de los frondosos árboles del huerto delicioso y acompañados del canto de las aves y del susurro de las aguas del gran río, Jehová les enseñaba el Himno de la Creación. Caín los contemplaba y trataba de penetrar en lo íntimo de sus corazones, pero al notarlo ellos, se unieron a la canción: Caín también se unió con ellos, al mismo tiempo que todos miraban hacia arriba, cantaban:
E hizo Dios las dos grandes lumbreras;
La lumbrera mayor para que señorease en
el día,
Y la lumbrera menor para que señorease en la noche;
Hizo también las estrellas,
Y las puso en la expansión de los cielos
Para alumbrar sobre la tierra.
Cuando cantaban la sexta parte, Adán tomó las manos de Eva entre las suyas, mientras los hijos seguían cantando:
Entonces dijo Dios:
Hagamos al hombre a nuestra imagen,
Conforme a nuestra semejanza;
Y señoree en los peces del mar,
En las aves de los cielos,
En las bestias, en toda la tierra,
También los niños se tomaron de las manos y con movimientos crescendos alzaron sus voces:
Y creó al hombre a su imagen,
A imagen de Dios lo creó;
Varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios, y les dijo:
Fructificad y multiplicaos;
Llenad la tierra, y sojuzgandla…
El susurro del aire fresco de la noche seguía deslizándose suavemente entre los árboles de las colinas, besando sus follajes y difundiendo sobre los llanos las fragancias de las flores y, las resonancias de la canción.
Inédito. Mérida, Yucatán, 1968