Escribe

08.05.2017 16:41
Escribe

 

El ser humano tiene el instinto de comunicar sus ideas, sus sentimientos, sus propósitos y lo que acontece a su alrededor. De aquí los gestos, los símbolos y el habla. Sin embargo, aunque el lenguaje es un excelente y el más práctico medio de comunicación, “las palabras se las lleva el viento”, es decir, no siempre se puede recordar todo lo que se oye, y de lo que se recuerda, no se recuerda todo con precisión. De aquí la necesidad de encontrar medios más permanentes y más sociales de comunicación.

          Así los hombres inventaron la escritura. Des el mnemónico hasta el actual fonético, pasando por el pictográfico y el ideográfico. Grabando los signos primeramente en las rocas, después en ladrillos, posteriormente estampándolos en los papiros, en los pergaminos, hasta llegar al papel actual. Usando toda clase de instrumentos desde el cincel hasta el offset, pasando por el estilete, la pluma, la máquina de escribir y la linotipia.

          Todos estos medios fueron haciendo más clara, más duradera y de mayor alcance social la comunicación del pensamiento humano. Además, con los nuevos inventos y el desarrollo de la ciencia y de la técnica, juntamente con las explosiones demográficas, del saber y de los otros medios de comunicación, nos trajeron nuevos métodos: más sofisticados, compactos, rapidísimos y masivos de impresión, grabación, reproducción y difusión del mensaje escrito, como los cerebros electrónicos y los modernos rotativos controlados por computadoras.

          Tal parece que el instinto humano de comunicación y el apetito intelectual de la curiosidad, ordenan, desde lo más profundo del espíritu: escribe, escribe, escribe.

          Dios también quiere comunicarse con el hombre. Es la comunicación más profunda, trascendente y positiva. Por eso también Dios “escribió”. Desde los complejos y misteriosos microorganismos hasta los monstros marinos, con sus leyes que rigen el proceso de nacimiento, crecimiento y reproducción; desde el plancton hasta los grandes árboles de las selvas tropicales, con su mil y una variedades de formas, tamaños, colores, fragancias y funciones; desde el electrón con su gran potencial hasta las rutas de las inconmensurables galaxias del espacio, pasando por la matemática combinación de todos sus elementos.

          A través de todos ellos Dios quiso “escribirnos” de su propia gloria: Su omnipotencia, su sabiduría y su bondad. Esta es su autocomunicación natural (Salmo 19:1-4).

          Pero Dios ha sido más específico en la comunicación de Sí mismo, de aquellos atributos que contribuyen a la felicidad del hombre, como su justicia, su misericordia y su santidad. De aquí que ordenara a Moisés: “Escribe tú estas palabras” (Éxodo 34:27); a Isaías le dijo: “Escribe esta visión (Isaías 30:8); a Jeremías: “Escríbete en un libro todas las palabras que te he hablado” (Jeremías 30:2); a Habacuc: “Escribe la visón, y declárala” (Habacuc 2:2); y al apóstol Juan: “Escribe en un libro lo que ves” (Apocalipsis 1:11). Así fue cómo “los santos hombres de Dios hablaron (por medio de la escritura), siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2ª Pedro 1:20,21), de tal manera que “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2ª Timoteo 3:16).

          El corazón de Dios también ordena: Escribe, escribe, escribe. ¿Escribe qué?

          “Escribe la visión”, la revelación que Dios ha dado de Sí mismo por medio de sus profetas. “Y declárala”, escríbela claramente para que hasta el más sencillo pueda entenderla. Pero antes de escribir la visión claramente, tiene que ser visión propia, visión definida: entendida, aceptada y traducida en experiencia propia. Entonces podrá escribir la palabra divina en palabra de hombre.

          ¿Cuál visión? La revelación de un Dios personal, creador y Señor del universo; del Verbo hecho carne que llevó nuestras culpas en la cruz y que redime al hombre del pecado; del Espíritu Santo que regenera y santifica.

          Puesto que la orden divina es escribir la visión, sin duda ha repartido esa habilidad de escribir a muchos de sus hijos, quienes deben descubrir, desarrollar y usar ese don al máximo de su capacidad.

          Hay tantas filosofías que ignoran al Dios personal, trascendente e inmanente que se interesa por el hombre. Escribe la doctrina inspirada para que lo conozcan.

          Hay millones de personas con sentimientos de culpa, con temores, angustias, que llevan un vacío en el alma. Escribe la historia del Cristo crucificado por sus pecados, resucitado con poder, que vive para dar perdón a los pecadores, la paz al espíritu y la seguridad para el mañana.

          Se ha escrito tanta basura y podredumbre en el mundo que sigue hundiendo a nuestros congéneres en la oscuridad del pecado. Escribe la ética que alumbra al hombre el camino de la vida.

          Escribe, porque la escritura trasciende las barreras del tiempo y del espacio, de la ignorancia y del prejuicio; se mete tras las rejas de los prisioneros el cuerpo y del alma; llega a las camas de los enfermos física y espiritualmente; entra en los palacios de la gente sofisticada, pero necesitada de Dios; y en las chozas de los pobres, para quienes es la dicha de conocer la riqueza del alma.

          Es urgente. Escribe, escribe, escribe la visión.

Publicado en El Heraldo de Santidad, de septiembre de 1992

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