¿QUIENES SON LAS MADRES CRISTIANAS?

23.09.2014 09:48

¿Quiénes Son las Madres Cristianas?

También ellas son de diferentes tamaños, diferentes colores y diferentes formas. Difieren en algunas cualidades, pero hay ciertas características en las que todas las madres cristianas son parecidas.

            Antes que nada, son madres. Nos dieron vida de su propio ser. Con razón nuestros dolores son sus dolores y nuestras alegría son sus alegrías.

            Lavanderas, planchadoras y costureras que con afán asean, planchan y arreglan nuestra ropa para que andemos presentables.

            Cocineras que saben preparar apetitosos alimentos, higiénicos y nutritivos como solo ellas saben hacerlo para sus hijos.      

            Maestras que enseñan a sus hijos los primeros pasos, las primeras palabras, los primeros hábitos, las primeras normas de conducta y, con frecuencia, las primeras letras.

            Enfermeras abnegadas que no se apartan del hijo enfermo para atenderlo hasta que obtiene la salud. Si no tienen los conocimientos suficientes de enfermería, tienen el mejor bálsamo curativo, el amor que da cariño y esperanza, y la fortaleza que la hace permanecer al lado del paciente, día y noche.

            Consejeras que por experiencia y con verdadero amor, saben comprender  y aconsejar al hijo desorientado o  la hija confundida.

            Refugios consoladores para el hijo triste, fracasado, frustrado o resentido. Unas palabras, un abrazo, o un beso que brota de un corazón amante lo resuelve todo.

            Mujeres atractivas que a pesar de sus muchos quehaceres saben cuidar su arreglo personal; sobre todo la belleza del alma reflejada en el rostro, producto de la paz interior. Los hijos nos sentimos orgullosos de ellas.

            Almas estudiosas que no derrochan el tiempo en programas o literatura pueriles y negativos, sino que aprovechan sus breves descansos para cultivar sus mentes con la lectura de las Sagradas Escrituras y de libros y revistas cristianas que elevan el espíritu y fortalecen el carácter.

            Damas prudentes como dijo el sabio: “Con sabiduría se edificará la casa, y con prudencia se afirmará” (Proverbios 24:3). Saben medir sus palabras; piensan antes de actuar; enderezan sus motivos. Les guía las razones, antes que las pasiones.

            Mujeres resignadas. Así como gozan sus alegrías, saben soportar con entereza sus dolores; no se vanaglorian de la abundancia ni se quejan de la pobreza; ríen con los que se gozan y lloran con los que sufren. Si todo va bien, dan gracias a Dios; si el huracán amenaza sus hogares saben implorar con fe el socorro divino. Sus quejas las guardan para el momento de oración en privado.

            Cariñosas. Humanamente no hay cariño más sincero, ni amor más desinteresado que los de las madres. Prodiga sus caricias al niño rubio de ojos azules, lo mismo que al negrito de cabello crespo. Se conmueven de emoción por el hijo bueno, así como se conmueven de dolor por el grosero y rebelde; el dolor moral es otra expresión del amor.

            Son piadosas. No buscan satisfacción en la vanidad del mundo; no se dejan arrastrar por los apetitos desordenados de la carne; ni se dejan atrapar de los engaños de Satanás. Hallan fuerzas en la oración cotidiana; sabiduría en el consejo de la Palabra y la expresión adecuada de sus sentimientos religiosos en la adoración pública, familiar y privada.

            Son incansables. Bueno, se cansan; pero pueden privarse del descanso si las circunstancias lo requieren. Trabajan todos los días de la semana, los ordinarios y los días festivos; no tienen descanso semanal. Son las primeras en levantarse por las mañanas y las últimas en acostarse por las noches, porque son muchos sus quehaceres y muy pocas veces colaboran los maridos y los hijos. En buen tiempo o en tiempo malo, ellas trabajan. Reconozcan sus trabajos o no, ellas siguen trabajando.

            Y lo maravilloso es que las madres nunca cobran un solo peso por sus muchos trabajos; nunca hacen huelgas exigiendo mejor salario o mejores condiciones de vida. Estas cualidades y algunas más tienen las madres cristianas.

            No se puede hacer cuenta de lo que debemos a nuestras madres, ni se puede valuar en metal sus recompensas; ni aun el sacrificio de todos sus hijos pagaría la justa remuneración. El pago de ellas es la satisfacción d poder decir como el Apóstol Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día…” (2ª Timoteo 4:7 y 8), y la respuesta de los hijos con el cumplimiento de sus deberes: el respeto, el cariño, la obediencia, la comprensión y la ayuda oportuna hacia las madres.

            Publicado en EL HERALDO DE SANTIDAD, del 15 de mayo de 1974

 

 

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