Ser Hijo de Dios

09.06.2016 21:15

Jonás Aquino López

 

Fui hecho hijo de Dios desde mi adolescencia. En el momento que escuché de su amor, del sacrificio de Cristo por mí, en el momento en que creí en su oferta de salvación y me rendí a Él para siempre (Juan 1:12). En ese momento (12 horas del 3 de abril de 1949) me convertí en receptor de todas las bendiciones de mi Padre celestial. Bendiciones de Dios significan todas las cosas que suplen todas las necesidades del ser humano: espirituales, emocionales, sociales, física y materiales; en ese orden de prioridades.

            Desde el momento que acepté a Jesucristo como mi Salvador y Señor, vino a mi corazón con la presencia del Espíritu Santo. Llenó el vacío que las diversiones mundanales no pudieron llenar, porque el vacío del alma tiene la “forma” de Dios: Solo Dios puede llenarlo. Estuve tan satisfecho que nunca más busqué los placeres del mundo, porque ya no los necesitaba.

            Saber que soy perdonado de todos mis pecados y ser hijo de Dios, trajo bendiciones emocionales: no más sentimientos de culpa, sino paz interna; sensación de seguridad y esperanza; confianza y amor. Obtuve el privilegio de dirigirme a Dios como mi verdadero Padre: decir “Padre nuestro que estás en los cielos…” cobró un glorioso significado. Desde entonces no más quejas de la gente ante las gentes, sino que le cuento a Él todo lo que me pasa y lo que alguna persona me hace. Él me consuela, me defiende y me enseña cómo debo actuar.

            No significa que ya estoy en la gloria, afuera de los traumas y dolores de este mundo. Vivo en este planeta donde las fuerzas del Malo me rodean. Es un estado probatorio que me obliga a crecer en fe, desarrollar amor, practicar la bondad, la mansedumbre y fortalecer la paciencia. Mi Padre lo sabe todo y me da suficiente gracia para vencer todo mal con el bien. Las victorias constantes que Dios me da producen satisfacciones gloriosas. No discuto el misterioso origen del mal en este mundo; acepto su realidad, pero me resguardo en la abundante gracia de mi Padre y creo en la victoria final del bien, cuando el último enemigo, la muerte, será vencida. Esto es esperanza, seguridad y paz interna.

            Ser hijo de Dios me dio derecho de pertenecer a su familia, el conjunto de redimidos por la sangre de Jesucristo (Efesios 2:19), y en cierto grado, a la de los ángeles que algunas veces me han acompañado y guardado. Desde ese momento en que recibí a Cristo, Su familia me recibió. Me rodearon, me felicitaron y me animaron. En ese tiempo no se acostumbraban los abrazos y los besos, pero me hicieron sentir su amor. A partir de entonces mi baja autoestima comenzó a desvanecerse. El Padre me amaba, el Hijo me amaba, Su familia me amaba. Comencé a notar cuán importante era, por Dios y para Dios.

            Gradualmente comencé a darme cuenta que tengo una gran familia nazarena y en los últimos diez años otras tres denominaciones me han abierto sus brazos de amor. Ahora sé que mi familia se extiende hasta los millones que ya están en el cielo (Hebreos 12:22-23), con los que me relacionaré después. Por ahora me relaciono con los que viven en la tierra. Esta parte de mi familia no es perfecta, como tampoco yo lo soy, en el aspecto práctico. A veces, como les pasa a ustedes, mis bondadosos lectores, alguna que otra persona me ha agredido, mentido, robado, marginado, menospreciado y hasta calumniado. Pero son muy pocas. ¿Por qué lo permite mi Padre? Para que yo crezca. Para que practique el amor, el perdón, la paciencia y la bondad. Para que me goce en el poder de su gracia al concederme victoria sobre el mal.  No recuerdo textualmente los versos que leí de un poeta. El pensamiento va más o menos en las siguientes palabras: “Vivir en los cielos con los redimidos, ¡Oh qué gloria! Pero, vivir en la tierra con los santos… ¡Esa es otra historia!” Gracias a Dios, que al purificar el corazón de la carnalidad, nos da poder para amar.

            Por supuesto, que no me hago a un lado. Tuve y tengo mi proceso de crecimiento y durante ese tiempo sin duda que ofendí a otros, intencional o no intencionalmente. Cuando la carnalidad no ha sido quitada, se manifiesta en tendencias egoístas, de envidia, rencores, resentimientos orgullo y malos deseos. Pero gracias a Dios por el poder del Espíritu Santo para purificar el corazón. Dios lo hizo en mí el 19 de septiembre de 1955. Tras esa experiencia hubo y hay un largo proceso de maduración. Es posible ofender a otros sin la menor intención por las limitaciones de nuestra mente. Aunque podemos tener un corazón con limpias intenciones, en la práctica podemos equivocarnos y cometer errores. Se debe a que “tenemos este tesoro en vasos de barro”. Cuerpo y mente imperfectos. Si usted es una de las personas que lastimé, favor de perdonarme. Si me lo dice, me hará un favor, porque me servirá para aprender a mejorar mis actos.

Ser hijo de Dios me produce bendiciones físicas. La paz del espíritu contribuye a la salud emocional y a la salud física. El gozo del Señor, la seguridad del amor de Dios, la conciencia de que mi Padre Dios vela por mí, provee un estado de serenidad que disminuye el dolor, retarda la enfermedad y ayuda a la curación, tanto espontánea, como con el tratamiento médico. Cuando por la naturaleza de las últimas consecuencias del pecado en la raza, llegamos a la fase terminal de la vida terrenal, tenemos paz y esperanza. Por tanto,  no desmayamos;  antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando,  el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven,  sino las que no se ven;  pues las cosas que se ven son temporales,  pero las que no se ven son eternas. Porque sabemos que si nuestra morada terrestre,  este tabernáculo,  se deshiciere,  tenemos de Dios un edificio,  una casa no hecha de manos,  eterna,  en los cielos. (2ª Corintios 4:16-5:1). Viene el día cuando Dios transformará el cuerpo de la humillación nuestra,  para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya (Filipenses 3:21).

Las bendiciones de mi Padre también incluyen bendiciones materiales. Mi padre espera que yo sea diligente. Eso lo honra. Me dio inteligencia y manos para el trabajo. Eso me dignifica. Me dio muchos bienes naturales para cultivar y usar. Me dio dones para producir y transformar. Trabajar y producir satisface mi autorrealización, mantiene mi autoestima. Mi Padre promete bendecirme en la medida que me esfuerzo, usando los recursos que ya me dio.  Promete prosperarme y que me irá bien en todo lo que emprenda, si me esfuerzo y sigo sus instrucciones. No sentado y durmiendo. Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley,  sino que de día y de noche meditarás en él,  para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito;  porque entonces harás prosperar tu camino,  y todo te saldrá bien. Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente;  no temas ni desmayes,  porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas. (Josué 1.8).

Sin embargo, cuando la decadencia física nos impide trabajar, pero lo hicimos cuando tuvimos las capacidades, como es mi caso, mi Padre provee para todas mis necesidades físicas y materiales. No tuve la disciplina de ahorrar en los bancos, ni de invertir en bienes materiales, no tuve esa educación. Felizmente, tuve la oportunidad de invertir en el Banco de Dios: los pobres. Estoy recibiendo los intereses, de parte de Dios. Bueno, Él usa a sus mayordomos. Esta mañana mientras redacto el primer borrador de este artículo (porque no se crean que lo escribo en una sentada), un mayordomo de Dios me trajo una generosa despensa. Hace pocas semanas que lo conocí, él parece que me conocía desde antes, pero algo le dijo mi Padre cuando me vio la última vez. ¡Tengo un Padre maravilloso!

¡Qué maravilloso es Dios! Él nos ama y nos llama. El que no quiere o no cree, es asunto suyo; que no se queje; sufrirá la pérdida de todo lo que el Padre ofrece. Pero el que cree, la que cree, verá la gloria de Dios.

Ser hijo de Dios me da seguridad y paz, en medio de un mundo lleno de odios y violencias.

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