Tema 12 Santidad es Pureza de Corazón
Tema 12 SANTIDAD ES PUREZA DE CORAZÓN
Entera Santificación
Después que el Cristo resucitado ascendió al cielo, sus once discípulos, la madre y los hermanos de Jesús y otros seguidores, como 120 en total, se reunieron en el aposento alto de la casa de María, la madre de Juan Marcos, en la ciudad de Jerusalén. Estuvieron orando y esperando la llegada del Espíritu Santo, el cumplimiento de la promesa del Padre. Según dijo Jesús. Se cumpliría en esos días (Hechos 1:1-15).
Al cumplirse el día de Pentecostés, el Espíritu Santo llegó sobre los ciento veinte hermanos, en medio de manifestaciones extraordinarias, como fue “un estruendo como de un viento recio”, “lenguas repartidas como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos” “y comenzaron a hablar en otras lenguas”. (Hechos 2:1-4). El versículo 4 dice: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo”. ¿Cuál fue el resultado permanente de ser llenos del Espíritu Santo? San Pedro nos lo dice en Hechos 15:8-9: “Y Dios que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo (a los gentiles en Samaria) lo mismo que a nosotros (los judíos en Jerusalén); y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Pedro afirmó que ambos grupos de creyentes fueron purificados sus corazones cuando recibieron el Espíritu Santo. La pregunta clave es: ¿De qué fueron purificados?
Puesto que los ciento veinte discípulos judíos, entre ellos los apóstoles de Cristo, María, la madre de Jesús y sus hermanos, que ya habían creído en Jesús como el Mesías, ya eran salvos, sus pecados ya habían sido perdonados, ¿qué les faltaba? ¿De qué fueron purificados? Aquí cabe recordar las dos clases de pecado y de las dos obras de gracia. Veamos la primera obra de gracia en los discípulos, lo que habían recibido antes del Pentecostés, lo que eran antes de ser llenos del Espíritu Santo.
Los discípulos ya eran salvos, pues sus nombres estaban escritos en el cielo (Lucas 10:24). Habían creído en Cristo como el Hijo del Dios viviente (Juan 6:68 y 69). Ya estaban limpios de sus pecados (Juan 13:10). Según Juan 17, Jesús ora por sus discípulos y dice: “Han guardado tu palabra” (v 6); “Han creído que tú me enviaste” (v 8); “Tuyos son” (v 9); “Ninguno de ellos se perdió” (v 12); “no son del mundo” (v 16). ¿Qué les faltaba? La entera santificación. En la misma oración Jesús le pidió al Padre: “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad” (v. 17).
Si no eran santificados significa que aún eran carnales, es decir, el pecado innato aún habitaba en sus corazones. Veamos los ejemplos:
Había egoísmo en sus corazones que se manifestaba en un interés de poseer los principales puestos en el Reino de Cristo, para vanagloria propia, no para servir. “Y llegó a Capernaum; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿qué disputabais entre vosotros en el camino? Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor. Entonces él les llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos” (Marcos 9:33-35).
Ese egoísmo también se manifestó en una actitud de tomar ventaja. Dos de ellos se acercaron a Jesús para solicitar los dos principales puestos en su Reino: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. (Marcos 10:37). No esperaron que Jesús asignara los puestos como él quisiera. Quisieron adelantarse a los demás.
Esta misma actitud ventajosa de estos discípulos, despertó la envidia de los otros diez: Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y Juan (v 41). Su enojo expresó que sintieron envidia, porque sentían que podrían quitarles los privilegios que ellos también deseaban.
El egoísmo de los discípulos también se manifestó en celos. Uno de ellos le dijo a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros” (Lucas 9:49). Querían que el privilegio de echar fuera demonios, fuera solo de ellos. Tenían una actitud exclusivista.
El egoísmo de sus corazones también se manifestó en odio. Dos de ellos fueron enviados por Jesús a pedir posada en una aldea de samaritanos. Como nadie quiso darles hospedaje para esa noche, vinieron ardiendo de ira y le dijeron al Maestro: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como lo hizo Elías y los consuma? (Lucas 9:54). Estaban tan enojados que querían incendiar la aldea. Esto era odio.
Además, todos los discípulos, incluyendo al valiente Pedro, fueron cobardes en el momento de testificar que eran seguidores de Jesús. No estaban dispuestos a sufrir cárcel, menos la muerte por declararse seguidor de Cristo. Todos sabemos que la mayoría huyó la noche que el Maestro fue entregado por el traidor Judas, y que Pedro negó a su Señor.
El egoísmo, el espíritu de ventaja, la envidia, los celos, el odio y la cobardía son frutos de la carnalidad: Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas (Gálatas 5:19-21). Los discípulos ya eran salvos, pero aún eran carnales. De estas tendencias carnales fueron purificados el día que fueron llenos del Espíritu Santo; el pecado innato fue quitado de sus corazones. Fueron purificados, enteramente santificados.
Veamos que después del Pentecostés, las actitudes de los discípulos cambiaron. El apóstol Juan que quería incendiar una aldea, ahora se le llama el discípulo del amor; su mensaje fue. Hijos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad (1ª Juan 3:18;4:11). El cobarde de Pedro, después, frente al mismo concilio que condenó a Cristo, él se negó obedecerlos cuando le prohibieron predicar a Cristo. Él y Juan contestaron: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:5-22). Jacobo, uno de los que buscaban el mejor puesto en el Reino de Cristo, valientemente murió por predicar a Cristo (Hechos 12:1-2).
El acto de purificación del corazón también se le llama entera santificación o sencillamente santificación. El sentido cultual o ceremonial, que es consagrar o apartar para un uso sagrado; y el significado ético, que es purificar. El término entera santificación, como sinónimo de purificación, se usa para expresar la segunda obra de gracia, porque en la primera obra de gracia, la regeneración, obtenemos la santificación inicial. Pablo usa ese término en 1ª Tesalonicenses 5:23: Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
¿Has experimentado impulsos de egoísmo, envidia, rencor, resentimiento, odio, celos, ventaja en tu corazón? ¿Que no puedes felicitar al que gana? ¿Que te enojas porque el otro salió electo para un cargo? ¿Qué no puedes perdonar al hermano que te ofendió? ¿Qué no quieres colaborar con la persona que te ganó la elección? ¿Qué tienes impulsos de estorbar a la persona que ganó el puesto que sentías que tú lo merecías? ¿Cuando te enojas, insultas, rebajas y ofendes de varias formas? Puedes ser un cristiano salvo, que goza de la primera obra de gracia, es decir, Dios ya te perdonó tu vida pasada y tienes el testimonio del Espíritu Santo de que eres un hijo o hija de Dios, pero todavía puede haber carnalidad en tu corazón. ¡Hay una nueva gracia para ti! La promesa de Dios de dar el Espíritu Santo a los que se lo pidan (Lucas 11:13). El Poder del Espíritu Santo para purificar su corazón.