TEMA 5. HECHOS QUE NOS INDICAN LAS DOS OBRAS DE GRACIA

24.10.2014 12:16

Tema 5

HECHOS DONDE NOTAMOS LAS DOS OBRAS DE GRACIA

 

En la historia de la evangelización de Samaria por el diácono Felipe, notamos que los convertidos recibieron las dos obras de gracia. Primero dice el relato bíblico  de la conversión: Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.  También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito. (Hechos 8:12-13). Creyeron y fueron bautizados, lo que significa que fueron salvos. Luego continúa el texto bíblico: Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan;  los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo;  porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús.  Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo (Hechos 8:14-16). Cuando se recibe la llenura del Espíritu Santo el corazón del creyente es purificado del pecado innato según Hechos 15:8-9, 2ª Tesalonicenses 2:13 y 1ª Pedro 1:22.

            En los discípulos de Jesús podemos ver claramente las dos experiencias, las dos obras de gracia. Primeramente fueron salvos de sus pecados por creer en Cristo. La Biblia dice que creyeron en Cristo y la salvación se recibe por la fe en Cristo: Le respondió Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Juan 6:68-69); que sus nombres estaban inscritos en el cielo, eran ya ciudadanos del cielo, así lo dijo Cristo: Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos (Lucas 10:20); Cristo les dijo que ya eran impíos de sus culpas, excepto Judas: el que está lavado no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros, limpios estáis, aunque no todos (Juan 13:10); Cuando oró el Señor por ellos, la noche en que fue entregado, dijo que habían creído en sus palabra, que no estaban perdidos y que no eran del mundo: Y han creído que tú me enviaste. Y he sido glorificado en ellos. Yo los guardé y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo e perdición. No son del mundo como tampoco yo soy del mundo (Juan 17:8,9,12,14). Pero les faltaba la segunda obra de gracia, por eso Cristo pidió al Padre que fueran santificados: Santifícalos en tu palabra; tu palabra es verdad (Juan 17:17).

A  los discípulos del Señor les faltaba la entera santificación, porque aún eran carnales. Tenían ambiciones carnales porque eran egoístas; anhelaban poder para controlar y vanagloriarse: Cuando estuvo en casa, (Jesús) les preguntó: ¿qué discutíais entre vosotros por el camino? Pero ellos callaron; porque por el camino habían discutido entre sí, sobre quién había de ser el mayor. Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos (Marcos 9:33-34). Por su egoísmo eran también ventajosos. Dos de ellos se adelantaron a los demás para pedir los principales puestos en el Reino de Cristo: Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos. Postrándose ante él y pidiéndole algo. Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: ordena que en tu Reino, estos dos hijos míos se sienten el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda (Mateo 20:21-22). Los otros diez también eran carnales, pues sintieron envidia: Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos (Mateo 20:24).

Tenían celos carnales, pues solo ellos querían el privilegio de sanar enfermos. Uno de ellos se quejó ante Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echa fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros  Jesús le dijo: No se lo prohibáis;  porque el que no es contra nosotros,  por nosotros es  (Lucas 9:49-50). Otro ejemplo grave de carnalidad lo vemos en el odio y actitud de venganza. Cuando los samaritanos les negaron posada, dos de ellos regresaron con mucho enojo y con impulsos suicidas, deseando quemar la ciudad: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como lo hizo Elías y los consuma? (Lucas 9:54).

            El más intrépido de sus discípulos, a la hora del peligro, se negaba testificar de Cristo; se amaba más a él mismo que a su Maestro. Una vez quiso desviar los planes de Cristo, porque veía que los acercaba al peligro, cuando Jesús les dijo que lo iban a matar en Jerusalén: Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle. Pero él,  volviéndose y mirando a los discípulos,  reprendió a Pedro,  diciendo: ¡Quítate de delante de mí,  Satanás!  porque no pones la mira en las cosas de Dios,  sino en las de los hombres (Marcos 8:32-33). Y cuando Jesús estaba siendo condenado a la crucifixión, Pedro se acobardó y negó tres veces a su Señor (Marcos 14:66-72).

            Aunque ya habían recibido el perdón de sus pecados, ya no eran del mundo y sus nombres ya estaba en la lista de los redimidos, les faltaba la pureza de sus corazones que les librara de la carnalidad. Les faltaba la segunda obra de gracia. Esta experiencia la recibieron cuando fueron llenados del Espíritu Santo el día de pentecostés (Hechos 2:4). Así lo firmó el apóstol: Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos,  vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios,  que conoce los corazones,  les dio testimonio,  dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos,  purificando por la fe sus corazones (Hechos 15:7-9).

            La Palabra de Dios enseña claramente las dos obras de gracia: la salvación que es la santidad inicial y parcial; y la entera santificación.

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