Tema 8 LA SANTIDAD ES UNA PROMESA DIVINA
Tema 8
LA SANTIDAD ES UNA PROMESA DIVINA
No solo es un mandato, no solo es una necesidad del alma del creyente. La santidad es una promesa divina. Necesitamos ser santos, pero no podemos santificarnos (purificarnos) a nosotros mismos, por nuestro propio poder. Por eso ¡Dios prometió hacernos Santos! Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis purificados de todas vuestras impurezas, y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y que guardéis mis preceptos y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:25-27) ¿No le anima esta promesa divina? Dios es quien santifica. Él promete hacerlo.
El agua como agente de limpieza simboliza la Palabra de Dios, que es uno de los agentes de la santificación (Juan 17:17). Dios ofrece purificarnos de toda impureza del alma (tendencias pecaminosas) y de todos esos ídolos (cosas y prácticas que amamos más que a Dios) que nos impiden servir a Dios en santidad. Promete darnos un corazón nuevo con actitudes nuevas, es decir, corazón sin impulsos carnales, sino con impulsos santos. ¿No era el clamor de David? Dios dice, te los daré. ¿Cómo piensa hacerlo el Señor? Su Espíritu mismo pondrá dentro de nosotros. Es el Espíritu Santo el que hará la obra de purificación o santificación. Nos dará un corazón sensible como de carne. Estando el Espíritu Santo dentro de nosotros, tendremos poder para andar en sus leyes, podremos cumplir la regla de oro, podremos amar a Dios con todas las fuerzas de nuestra persona.
Podremos ser santos. Es el Espíritu Santo que nos libra del poder del pecado; santidad es poder del Espíritu para vivir conforme a la voluntad de Dios. Jesús hizo la promesa del Espíritu Santo en las siguientes palabras: En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado (Juan 7:37-39). Los ríos de agua viva simbolizan la vida abundante (Juan 10:10), la plenitud del gozo del Espíritu (Gálatas 5:22).
Después de instituir la Santa Cena, Jesús prometió a sus discípulos: Y yo rogaré al Padre, y os dará otro consolador, para que esté con vosotros para siempre; el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros (Juan 14:16-17). Jesús hace una diferencia entre “mora con vosotros y estará en vosotros”; es la promesa de una experiencia más profunda y completa.
Jesucristo ratificó esa promesa del Padre antes de subir al cielo: “Y estando juntos, les ordenó: No salgáis de Jerusalén, sino esperad la promesa del Padre, la cual oísteis de mí, porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:4,5). Jesús hizo referencia al mensaje de Juan Bautista que predicó diciendo: Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. (Mateo 3:11). La promesa divina es fiel, diez días después, el día cuando los judíos celebraban la fiesta de pentecostés, el Espíritu Santo se derramó sobre los discípulos: Y fueron todos llenos del Espíritu Santo (Hechos 2:4). Ese día fueron purificados sus corazones de la carnalidad: purificando por la fe sus corazones (Hechos 15:8,9). La promesa se cumplió y se ha estado cumpliendo a través de la historia. Puede cumplirse en usted, ahora mismo.
Pablo oró por la iglesia de Tesalónica, diciendo: Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará (1ª Tesalonicenses 5:23-24). Dios quiere que seamos santos, promete santificarnos, y él cumple su promesa.