VEN, MUERETE
VEN, MUERTE
Por Jonás Aquino López
Un día de estos que dibuja el sol sobre la tierra, que revoluciona en el vacío, moriré; o quizá cuando las sombras de la noche permitan ver el titilar de las estrellas. Sé que he de morir.
Quiero morir con la mano en el arado tratando de ahondar el surco sobre el blando o duro corazón, fértil o estéril, exuberante o desértico.
Con el sembrador colgado de mi hombro, regando la semilla de la verdad, sea cuando el deceso llegue.
Quiero que “la paloma” me encuentre con la hoz en la mano, segando las gavillas maduras; con el trillo desgranado y con el aventador, limpiando de la paja el trigo para el granero del Señor.
Bien que la huesa me sorprenda doblando la espalda sobre las jóvenes plantas, cultivándolas y deshierbándolas para que al espigar produzcan abundantes frutos para el Dueño de la mies.
Sembrando estacas, haciendo las enramadas para que las vides trepen y cubran, adornen e inviten al sediento a probar el jugo de sus dulces uvas. O bien cortando los racimos y pisarlos en el lagar, salpicado de “sangre”, quiero que me halle el seol. Empuñando la espada con celo y fervor patriótico, luchando con valor y firmeza en el fragor de la batalla. Dando frente al enemigo y nunca la espalda. Atento y obediente a las órdenes del Capitán, quiero fallecer.
¿Partir? Sí. Pero con la pluma en la mano. Deslizando sobre el papel las palabras que fluyen de la mente y corazón, para que lean los que tienen mente unida al corazón, los que tienen sentimiento unido a la inteligencia.
Cuando quieras, “señora de la guadaña”, encuéntrame en el estadio del mundo corriendo con la mirada puesta en la meta. Cuando los músculos estén activos o lo hayan estado en su máximo poder. Cuando la fragua del pulmón haya exhalado todo el oxígeno para la combustión.
Si la calavera ha de venir, que sea cuando jadeante pero con firmeza inamovible vaya cuesta arriba, escalando la cima donde el horizonte es más amplio, el panorama más maravilloso, el oxígeno más puro y se va más cerca del sol.
“Guadañera”, cuando me busques, encuéntrame con las mil bujías encendidas, con el mercurio brillando traspasado con los 120 voltios. Si, brillando, sea en la sala, en el santuario, en la vía pública, o mejor aún, allá en la torre, cuando mis rayos estén penetrando la profundidad de la oscuridad sobre el océano de la vida; cuando la tempestad esté en su furia o haya calma.
Que sea lanzando la red en alta mar al lado derecho de la barca, con fe en la palabra del Maestro cuando me alcance la “esquelética segadora”.
Con el torno entre mis rodillas y mis manos sobre el barro que gira sobre la rueda, dando forma a la obediente pasta, o queriendo dar forma a la rebelde masa. Sea cuando el corazón se aquiete, los pulmones cesen y las células comiencen a desquiciarse.
Si has de encontrarme algún día, “mensajera del averno”, no será sino para traerme la noticia de que el cielo me espera y que el arcángel está agregando mi nombre en la lista de los que han de estar presentes en la inmensa asamblea, en el no-espacio y no-tiempo, con el no.efecto.
Tal como fue publicado en El Heraldo de Santidad, el 1 de noviembre de 1978